Más de seis décadas han pasado desde aquellos acontecimientos, y la sociedad dominicana recuerda el ajusticiamiento de Trujillo como un acto patriótico de liberación. Los hombres del 30 de Mayo –Antonio de la Maza, Juan Tomás Díaz, Antonio Imbert Barrera, Pedro Livio Cedeño, Salvador Estrella Sadhalá, Roberto Pastoriza, Huáscar Tejeda, Amado García Guerrero, Luis Amiama Tió, Luis M. Cáceres– son venerados como “Héroes Nacionales” por haber derrocado al tirano al costo de sus propias vidas. Sus nombres bautizan calles, plazas y hasta el monumento erigido en el mismo sitio donde cayó Trujillo . Cada aniversario, la nación rinde homenaje a su valor y sacrificio. El caso de Antonio de la Maza, en particular, suele ilustrar el arquetipo del hombre común que sacrificó todo (familia, patrimonio y vida) por la causa de la libertad, en venganza además por los atropellos de la dictadura contra sus seres queridos.

Sin embargo, la historia rara vez es en blanco y negro. Las revelaciones contenidas en el documento del FBI y otras fuentes desclasificadas presentan un retrato más complejo y humano de estos personajes. Antonio de la Maza fue, sin duda, un patriota valiente que ayudó a derrocar a un tirano sangriento. Pero también, en un momento crítico, cometió un delito abominable: la violación de Ligia Fernández de Reid, una inocente a quien debía protección en tanto esposa de su anfitrión forzoso. Este hecho, conocido por pocos durante décadas, obliga a matizar la imagen heroica de De la Maza. ¿Puede un hombre ser considerado héroe y villano a la vez? La respuesta escapa a los simples juicios maniqueos. Los historiadores apuntan que las circunstancias extremas –el estrés post-atentado, la sensación de misión fracasada y la inminencia de la muerte– pudieron haber detonado lo peor del carácter de De la Maza. “La dispersión y el pánico se desataron pocas horas después”, señala el informe FBI sobre el ambiente en casa de Reid , y es en ese contexto que ocurrió la agresión. Sin ánimo de justificar, estos datos brindan contexto a una acción imperdonable pero real, mostrando que incluso los llamados “héroes” no son infalibles y pueden sucumbir a impulsos reprochables.

Por otro lado, el doctor Roberto Reid Cabral emerge de estos relatos como una figura trágica e íntegra. Atrapado involuntariamente en la marea de la historia, Reid actuó conforme a su conciencia y profesión: atendió a los heridos, intentó proteger a su familia y rehusó colaborar en actos que consideró suicidas o inmorales (como entregar el telegrama de auxilio). Pudo haberse salvado si accedía a acompañar a Díaz y De la Maza en la huida, pero prefirió quedarse con su esposa e hijo, aun sabiendo que eso lo convertía en rehén. Su suicidio –o “suicidio asistido por el terror”, como algunos lo califican– evidencia el enorme peso de la culpa y la desesperación que lo aquejó tras aquellos cinco días de horror. ¿Se quitó la vida solo por temor a la tortura? ¿O también por no poder sobrellevar la afrenta sufrida en su propio hogar y la duda de ser visto como traidor por unos u otros? Es imposible saberlo con certeza. Lo que sí queda claro es que la sociedad reivindicó su memoria: el principal hospital infantil del país lleva hoy su nombre, Hospital Dr. Robert Reid Cabral, en honor a su legado como médico humanista . Su viuda e hijo fueron respetados, y su hermano Donald siguió sirviendo al país, quizá también para honrar la memoria de Roberto.

Por: Ysaac Viila